Los habitantes de la ciudad se habían acostumbrado a la deidad de amaranto que anunciaba una nueva fiesta. Algunos elegidos se dirigían al bosque para encontrar a "Xócotl", un árbol muy alto pero delgado, para poder cargarlo entre todos y llevarlo a la ciudad. Aquella ciudad utópica rodeada de aguas diáfanas recibía a esa gran peregrinación, con cantos y bailes de alegría. ¡Ni Juan Gabriel en Juárez era recibido con tanta euforia! Las mujeres nobles salían con jícaras de chocolate y collares de flores destinados a los cuellos de aquellos hombres.
Mientras algunos hacían un agujero para meter el árbol, otros le ponían una cruz de madera en la punta. Con lo que hoy conocemos como "alegría de amaranto", hacían la figura de un dios. Lo amarraban a la punta del árbol. Y no sólo eso, como toda buena fiesta, al dios lo vestían de guerrero, con su escudo y toda la cosa.
Todo esto era la preparación para una competencia juvenil. Colgaban cuerdas del árbol para que los jóvenes pudieran escalarlo. Quien llegara a la cima, ganaba. Es decir, era una competencia divina. A la de tres, todos salían corriendo buscando la gloria. ¿Cuál era la técnica para ganar? Alfonso Caso lo explica mejor.
Pero lo más lindo de todo llegaba cuando el ganador estaba en la cima de "Xócotl", y con sus manos jóvenes llenas de excelencia, desmenuzaba el cuerpo amarantoso del dios y lo aventaba a los fieles religiosos que estaban debajo de él. Todos querían obtener un grano de amaranto para poder comulgar con la divinidad.
Esa fue la tradición, y el capítulo, que más me emocionó. Sin duda, un libro que busca acercarnos a esa cultura mexica que tanto nos sorprende. Y es un recordatorio de nuestra capacidad como sociedad mexicana. Nos toca volver a ser grandes, grandes a la mexicana.
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